La asignatura Forma y Territorio se concibe desde un trabajo teórico- práctico con la ciudad como objeto de estudio. Esto a partir de la comprensión de la ciudad como laboratorio vivo para las artes visuales, teniendo como eje central el desarrollo de la observación y la reflexión experiencial con la ciudad.
El taller contempla vínculos permanentes con las distintas disciplinas de las artes visuales, entendiendo que el lenguaje formal y teórico del territorio es permeable al proceso formativo tanto de las artes visuales como de otras áreas de conocimiento (Arquitectura/Urbanismo-ciencias Sociales).
De esta manera, cada alumno elabora proyectos individuales de investigación, donde cada encargo involucra una exploración en la ciudad, siendo el taller el lugar donde confluyen los procesos y las ideas para la discusión.

El primer tema a investigar es desde la relación Luz-Tiempo en la ciudad. Esto en una primera instancia de búsqueda del fenomeno en el andar, el recorrer, el mirar. De esta manera, la calle y toda su complejidad, se configura como una problemática a trabajar.






Luz y Tiempo











Maria Jose Pizarro

Diego Muñoz































CARTOGRAFIA Y RECORRIDO

















ESTRUCTURAS DE ORDEN
























































REVISITAR URBANO
ORDENAMIENTOS Y EVASIONES
(Texto Introductorio de la muestra de los alumnos de Forma y territorio y Seminario de Filosofia)


Si tuviésemos que colegir algún rasgo pertinente para la ciudad contemporánea éste sería, quizás, la de lo inconmensurable. El empeño del urbanismo moderno de la planificación total no sólo se ve frustrado por la evidente extensión física de aquella, sino por la poderosa fuerza que abisma incesantemente su interior: la metrópolis se ha tornado enigma. Considerada texto por esta polisémica prestancia, la ciudad expone su opacidad al momento de su recorrido-lectura, caligrama que malogra los trayectos seguros puesto que anima a perderse en los dobleces y jirones del papel. Cada uno de estos guiñapos del habitar, forman parte de las materialidades trabajada en este ejercicio que hoy presentamos, bajo la convicción de que la riqueza ontológica que hoy en día desgobierna y atormenta a nuestras urbes y localidades, requiere con urgencia el auxilio eurístico del pensamiento y el arte desde la misma hondura de lo cotidiano.
Convencidos de la necesidad de producir integración y cruces discursivos desde la base de la formación académica e intentando desmontar las tradicionales autonomías disciplinarias, los estudiantes del taller de “Forma y Territorio” de la Escuela de Bellas Artes de ARCIS Valparaíso y el Seminario de Filosofía del Arte de la Escuela de Filosofía de ARCIS Santiago, han realizado este trabajo conjunto que pretende enfocar la dimensión del territorio desde los específicos modos de constitución de sus miradas pero, sobre todo, en un tono de mutua alteración, en tanto versión hoy en día inevitable en las formas de habitar las localidades contemporáneas desplazadas, esta vez, a la propia disciplina académica.

Profesores:

Taller de “Forma y Territorio” Carlos Silva T. http://formayterritorio.blogspot.com
Seminario de Filosofía del Arte. José Solís O. http://www.traidores.org/filosofiadelarte

Estudiantes.

Bellas Artes- Filosofía.

Alexis Guajardo - Pablo Abufom.

Aníbal Valencia - Lautaro Ayala.

Magdalena Freyre - Rodrigo Fernández.

Maria José Pizarro- Federico Brega.

Paola Reyes - Julio Canales.

María Ignacia Mundana - Gabriel Corro.

Diego Muñoz - Patricio Herman.

Pablo Rubio - Alejandro Sandoval

Lucía Rumián - Albert Apablaza.

Jaime Catalán - Aldo Osiadacz.

Sau-Ling Vasquez - Federico Brega.






























































El pensar los bordes, los límites que constituyen la ciudad; la ciudad cómo un todo y los límites en lo interno de la ciudad, no puede ser sino un pensamiento crítico; un pensamiento que cuestione las normalidades de la ciudad, aquello al lado de lo cual solemos pasar sin reflexionar, aceptándolo como lo común; como el progreso obvio de una ciudad o la estructura, también obvia, de la ciudad moderna. El salir de esa obviedad, el pensarla desde los límites es lo que nos da la oportunidad de salir de la obviedad, aunque suene obvio, y mostrar una estructura de orden al interior y exterior de la ciudad.
El pasto es aquello que está en el límite junto al cemento en el orden de las plazas, es el representante más claro del avance del cemento como símbolo de la modernidad por sobre la naturaleza, ya de ante mano regularizada, puesta fuera de la ciudad y cuidado fuera de la ciudad.
El mar es un límite del paso por la ciudad, no se puede acceder muy adentro de él, sin recurrir a la tecnología, el mar de Valparaíso, como el de todo puerto respetable, es un terreno inaccesible a la gente, su profanidad es tal que sólo sirve para recibir los barcos, ha sido tomada esa parte del mar para poder controlar el comercio marino, ha sido la forma de acceder a aquello que había sido vedado para el hombre, pero para ello, no sólo hay que construir un puerto, sino que ordenar una ciudad en torno a él.
En la plaza de Temuco se ve cómo es que un pedazo de la naturaleza ha sido encasillado por un poco de cemento y se le ha llamado plaza, se ha limitado la naturaleza, el terreno de la libertad según Kant. Se puede pensar que al poner ese límite la modernidad, representada por al ciudad y su orden, no ha hecho más que ponerse un límite a sí misma, ha frenado la modernidad que consume la naturaleza; pero, por otro lado ha regulado la naturaleza, la ha puesto dentro de la regularidad que representa la plaza, es decir se ha productivizado la libertad de la naturaleza, se le ha regulado como la ciudad, ha sido consumida por la modernidad.
Dentro de los límites internos de la ciudad, es sobresaliente el de las plazas, la Plaza Sotomayor y una plaza en Temuco, bastan para ver la diferencia en los límites, una plaza prácticamente de cemento, solamente hay pasto en un espacio restringido para el público ¿Pertenece a la plaza, a ese lugar de reunión social de antaño? ¿Merece llamarse plaza? Los límites generan preguntas, no respuestas, ellas vienen dadas por la reflexión desde el límite.
La modernidad y el progreso, lo que han logrado no es más que ordenar la naturaleza, como bien dice Sabina: la naturaleza no es más que el espacio entre dos ciudades, la naturaleza está puesta como otro a la ciudad, un lugar de desorden que hay que controlar, ya sea en la plaza o entre dos ciudades, la naturaleza está ordenada dejándola libre dónde no estorbe o controlada por mecanismos de producción u ordenada dentro de la ciudad en una plaza. La modernidad ha querido controlar los espacios de libertad, subordinarlos bajo sus parámetro, hacer estadísticas de control de sus ciudadanos, quiere mantener un orden; orden que no sería muy distinto de un control, quiere controlar aquello que se le puede escapar: la libertad. Es por ello que el límite en la ciudad puede hacernos ver los límites que nos imponen, el control a la naturaleza, no es distinto al control de nuestro paso por la ciudad, a nuestro cuerpo. La plaza fue un lugar de reunión ahora es de descanso de perros o desfiles militares, desfile del poder.






Las artes de hacer representan la capacidad de resistencia del hombre ordinario. No se trata de una formulación ingenua de la omnipotencia del hombre cotidiano y ni mucho menos de una engañosa operación de confianza en las culturas de la calle, lo que se pone en juego es una ratio popular, una manera de pensar invertida en una manera de actuar y un arte de combinar opciones cotidianas indisociables de un arte para utilizarlas de manera resolutiva.
La lectura es el espacio producido por la practica del lugar que constituye un sistema de signos, esto es un escrito, (…) los relatos efectúan un incesante trabajo de transformación de los lugares en espacios o de los espacios en lugares y organizan los repertorios de relaciones cambiantes que se dan entre unos y otros.
El orden espacial esta organizado como un tejido de posibilidades y prohibiciones; el caminante efectúa una labor de actualización selectiva en que algunas las hace ser y a otras desaparecer, las desplaza, improvisa, inventa atajos, sobrepasa e irrumpe en los limites dados a cada lugar.
Lo cierto es que en la calle, en el uso peatonal parece no existir este sentido “propio”. La gente desconoce las instrucciones de uso que los expertos atribuyen a cada espacio urbano. Tal parece que es solamente una ficción producida por el uso particular metalingüístico de la ciencia que se peculiariza por la distinción.

LUGAR: Orden según el cual los elementos se distribuyen en relaciones de coexistencia. Ahí se imposibilita el encuentro de dos cosas en el mismo sitio. Orden en el cual impera la ley de lo “propio”: los elementos considerados están unos al lado de otros, cada uno situado en su topos o sitio “propio” y distinto que cada uno define. Un lugar es una configuración instantánea de posiciones. Implica una indicación de estabilidad.


ESPACIO: Es un cruzamiento de movilidades. Espacio es el efecto producido por las operaciones que lo orientan, lo circunstancian, lo temporalizan y lo llevan a funcionar como una unidad polivalente. A diferencia del lugar, carece de la univocidad y de la estabilidad de un sitio “propio”. El espacio es al lugar lo que se vuelve la palabra al ser articulada, es decir, cuando queda atrapado en la ambigüedad de una realización, transformado en un termino pertinente de múltiples convenciones, planteado como el acto de un presente (o de un tiempo), y modificado por las transformaciones debidas a contigüidades sucesivas.





¿Cómo podemos pensar la ciudad? ¿No es acaso en ella misma? Es en la ciudad donde se tiene la experiencia de lo cotidiano y a partir de ésta, una experiencia de la ciudad. La cotidianeidad vendría a ser una determinación de la experiencia de la ciudad: es una estructura de orden que delimita las posibilidades de darse la experiencia. Los individuos bajo una estructura de orden como la cotidianeidad están rotulados y predispuestos a los usos y lugares que dicha estructura entrega.

La ciudad está plagada de estructuras que producen dispositivos encargados de condicionar la experiencia de los individuos. ¿Qué fin cumplen todas estas estructuras? Buscan un orden de los lugares y los espacios, buscar garantizar que sólo pueda darse una experiencias de dichas instancias, o sea, legitimar una experiencia como indicada para esta situación. Las estructuras por lo general son rígidas y no admiten transformaciones de sus presupuestos y dispositivos, puesto que tal situación vendría a ser la pérdida de la cohesión que se ha pretendido con cierto orden establecido.

De todas maneras, más allá de estas estructuras que determinan la experiencia, la ciudad es un lugar que no se encuentra cerrado sobre sí, de hecho no es un lugar cerrado: es un espacio que nunca se acaba, nunca se consuma. La ciudad, visto desde la contraparte de este punto, no se abre al amparo de lo otro: las afueras de la ciudad. Siempre hay una delimitación de su espacio, hay una constante intención por marcar los límites fronterizos, lo que posibilitaría pensar en lo que sería la ciudad, por más que sea frágil o irreal esta circunscripción. Esto último sucede porque la ciudad periódicamente se construye y se descontruye, nunca deja de haber actividad en lo largo del día y la noche, no hay descanso para la ciudad: Nunca olvida ser ciudad. Esta es una de sus características más importantes, a saber, la de su constante movilidad.
La Ciudad en movimiento está fundamentada sobre la base de su elemento principal, a saber: la constante relación de un individuo con otro individuo, la de un individuo con una estructura, de una estructura con otra estructura. Estas relaciones producen lo que se entendería por territorio: Un lugar apropiado por una estructura de orden que determina su uso y su posibilidad, demarcándose de usos distintos que puedan sugerirse a partir de otras estructuras. Sobre estos territorios los individuos operan, es un lugar de referencia casi operacionales.

Es necesario superar estas instancias territoriales para obtener una experiencia completamente distinta de la ciudad. La implementación de nuevos dispositivos da la posibilidad de que aparezcan nuevos modos de darse los espacios, y, así, nuevas y distintas experiencias. Es de notar que el dispositivo no está sobre la base de una estructura sobre la cual deba rendir operaciones o utilidades, es el dispositivo en cuanto tal. Romper el orden de una estructura por medio de la intervención del espacio, llevando a cabo la disposición de nuevos dispositivos, hará que el individuo pueda romper con la cotidianeidad, y, así, pueda tener una experiencia distinta de la ciudad. El encuentro del individuo con esta estructura de orden y este nuevo dispositivo producirá un nudo en todo este telar que diariamente se teje en la ciudad.







La ruina como excedente, como eso que no delata a primera vista su rendimiento y habla más de una historicidad retenida, de una calidad de objeto in familiar que requiere ser rápidamente incorporado. O bien, las ruinas como algo que el espectáculo estaría en condiciones técnicas de traducir con más eficacia que un individuo a secas; éste -por distinguirlo de algún modo de los formateadores de la ciudad- simplemente reaccionaria ante la generación de ruinas en su hábitat: toda posibilidad de actuar programaticamente seria por definición espectacular. De este modo es que el límite de lo privado y lo público puede leerse precisamente en el manejo de las ruinas. Y es por eso que podríamos también distinguir entre la posible auto sustentabilidad de la ciudad versus la del hábitat propio o lo privado. Si pensamos en posibilidades de auto sustento, las de la ciudad son casi nulas, porque una ciudad no es un organismo autónomo que pueda decidir cambiar su modo de vida, la cotidianidad no puede reflejarse a si misma y por lo mismo el movimiento de la ciudad es pura fragmentación y delegación de responsabilidades. La ciudad en tanto totalidad tiene su voluntad fragmentada en instituciones que bastantes veces no se comunican entre sí. En cambio lo privado es el único lugar legítimo de intervención, o por lo menos ese es el mito, el específico contrato social de lo privado como espacio de desarrollo interior.
Sabemos que se trata de una línea delgada y muchas veces dinámica la que separa lo público de lo privado, intuimos que antes que una delimitación territorial específica se trataría de un modo de relacionarse, de una actividad que configuraría la vivencia. Y es por eso que podríamos hablar tanto de una experiencia espectacularizada de lo privado como de un cierto intimismo en lo público -a manera de blogs y las salas de espera ambientadas para emular un living, respectivamente-. El limite es difuso y maleable.
La cotidianidad como una vivencia que no puede verse a sí misma precisamente por y en la ceguera que produce el exceso (la suficiencia) de reflejos localizados, fragmentarios y programados para fines productivos. En tal sentido es que nos preguntamos si la programación del asombro y la captura de los sentidos podrían establecerse acaso como la actividad limitante que nos permitiría separar lo público de lo privado. Esa es la dirección de la duda que planteamos, nos preguntamos si acaso la configuración del espacio propio difiere de la operación biopolítica que colma el exterior, queremos insistir en algo tan banal como el gesto de poner plantas en la casa versus plantar palmeras en la plaza, necesitamos capturar la motivación en uno y otro caso.
Ante la sobrecarga de imágenes y frases insípidas que pueblan los espacios más inverosímiles de nuestra cotidianidad nos detenemos en espacios nulos que sin querer decoran y espacian la suficiencia de la cotidianidad obrada.
El espectáculo es la programación de asombro, es la inserción de una forma a priori que traería al sujeto ya lanzado a un tipo específico de mediación. Y que una mediación traiga a priori su forma quiere decir que es una fórmula probada, que no tiene nada que temer, que hay todo un trabajo previo y la experiencia -o más bien, que la experienciabilidad- que pretende promocionarse no caerá al vacío pues detrás hay una experticia que asegura que el curioso ojo del ciudadano-transeúnte-cliente se posará allí conmovido.
Establecemos entonces una ruta propia que refleja nuestro andar cotidiano. Nos quedamos en un diseño que coincide con la vida misma, sin proyectarla, sin introyectarla. Lo espectacular sería toda modalidad del asombro programado y esto seria esto, este quedarse ni siquiera evasivo.
El espectáculo es la forma en que la experiencia inmediata es expropiada, catalogada y puesta en circulación. El espectáculo es la cosificación de tal circulación. Reconocemos la dificultad de enunciar esa especie de expropiación originaria, de hecho lo único que sabemos es que la clave no está en la recuperación de tal experiencia pura o inmediata -que podría perfectamente ser la promesa de un paraíso espectacular. Sabemos que toda intervención en la visibilidad debe contar con su propietario. El mundo obrado no es sólo un lujo de burgués aburrido o un mero mal gusto sino que es la manifestación de la confianza y la suficiencia de sí mismo que tiene el mercado. Establecemos entonces una ruta que delinea territorios próximos y los plasmamos en sus distintas materialidades, en consecuencia -y por contraposición al modo instituido de identificación que se nos brinda (como ciudadanos o indigentes)- vemos que esas materialidades adquieren una identidad imposible y residual que trata de enunciar la comunicación geográfica que establece un individuo al hacer el recorrido.

























La acción de indicar, me llama la atención, ya que esta operación puede llevarnos a ciertos lugares, como a distintas formas de señalar, a la problemática que implica hablar de un lugar, de un momento, de una secuencia, de indicar el tiempo vivido allí, de la temporalidad como una secuencia de una serie, de una serie construida in-completa, de una serie reconstruida, re-contada. Nos permite pensar que es posible articular una secuencia, como el recorrido a trazar, como el recuerdo presente, la vivencia hecho por nosotros de un deseo, de una utopía, de que a través del arte y la reconstrucción se nos va dando como posible dentro de sus propia realidad. Con esta idea en mente nos es preciso que si no nos es posible transformar los espacios de la cuidad reales, porque chocamos con el hormigón de los edificios o los trazados impuestos por las sendas súper carreteras, podemos seguir con la idea de transformar los espacios de la ciudad, persistir allí, en una practica constante y subversiva de orden y des- orden donde aparecen todos los deseos, las utopías, quizás para algunos los espacios físicos están mas viciados de lo que los espacios virtuales nos pueden aportar. Pero de lo que se trata es generar un espacio “real de intervención”. De todas maneras el poder señalar el espacio representado es un modo de comprender de cómo la representación que posee un individuo de su mundo social puede eludir las críticas debido a las prácticas puestas allí en juego en torno a la efectividad del espacio urbano, un lugar que nos puede llevar a un proceso del inconsciente político.
De lleno ya aquí en las posibilidades fácticas de re-presentar, tenemos la posibilidad de hacer plausible la idea de indicar, pero no es la modificación o el retoque de un paisaje pictórico de la imagen registrada por el lente lo que nos interesa, tampoco es ver como el sistema de revelado nos da una re-lectura del “original” con lo que implique este, sino es más bien la posibilidad de hacer plausible un modo de ser del arte, de representar el espíritu cristalizado de nuestro tiempo, de nuestra sociedad.

Esta mirada intenta quedar capturada a través del movimiento como secuencia, nos gusta la idea de remitirnos al tiempo “reprimido” (como tiempo capturado) y a la utilización de la mirada del observador llevada a un plano manipulado, se transforma en una variedad de texturas donde coinciden las oposiciones, superposiciones brutales de estilos, entre las irrupciones urbanas que cortan el espacio, que lo maquillan para festejar a los maniquíes que como soldados dormidos avanzan por la cuidad, superposiciones que impiden ver la sociedad de control operando, que idiotiza llenando de significantes vacíos el espacio.
Será que debido a esto queremos introducir como la idea principal a relacionar la manipulación sobre el espacio real y el espacio reproducido (por la cámara en este caso), sobre cómo lo percibe ésta y lo transforma en otra cosa, el ojo puede leer desde esta posición y ponerse en un punto de vista nuevo, ficcionando la perspectiva de un ojo que no existía hasta ese momento. Donde los operadores o practicantes de la cuidad articulan un imaginario dentro de los particulares entregados a la vista de ellos mismos, que remite a una manera de hacer, una ciudad metafórica se comienza a insinuar. Se trata de manejar un crecimiento de la reunión, el hecho urbano pasa a convertirse en una imagen de cuidad.
La imagen capturada, del tiempo que capturamos, que da cuenta del tiempo reprimido, como tiempo idealizado puede pasar por diversos procesos, de secuencias en este caso dado donde resulta finalmente una serie nueva que va cambiando más y más hasta que se transforma ya no sólo en una copia sino en algo con un valor propio (se pierde la intención de mostrar el espacio tal como es) y pasa a convertirse en un espacio nuevo con nuevas dimensiones, construcción, movimiento (y en ese caso la percepción del tiempo también se altera, como en el caso de las animaciones de los reflejos que se mueven), es la relación entre el signo y su significante que juega en la efectividad, al pensar la pluralidad misma de lo real, la ciudad se fija por el discurso utópico y urbanístico; como producción de un espacio propio, de un objeto nuevo distorsionado por el deseo, el placer y displacer, el malestar, el retorno de todos estos ámbitos que remiten a una estética, a la percepción de un lugar de un espacio, así la imagen misma puede pasar una y otra vez por procesos diferentes que van dándole un cuerpo propio.

Los efectos que alteran la percepción de todos nosotros, que cambian a los individuos en su saber, su moral, como parte del entorno que es el imaginario social de todos los hombres, y las subjetividades del hombre moderno o post- moderno, como la distorsión que el ojo mismo causa, lo que llevaría a la pregunta de cuál es realmente el espacio "real", si cada uno podría construirse el espacio real que más le parezca a través de estos métodos, o la pirotecnia de la cuidad que pone todo al placer, que pone incluso el tiempo libre como ocio con retorno del capital, que las subjetividades inscritas se tornen hacia un constante retorno.
Si pensamos en estos espacios tomamos a la cuidad por su concepto mismo de habitar, el lugar de la sociedad, lugar de evasión de sobre sentidos, de saturaciones tiene que ver con el tiempo vivido y el espacio "falso" que reproducimos, en cierta forma.
En una operación donde tenemos derecho a vernos, a ser vistos y a dar cuenta de un error invisible de la visibilidad, de una temporalidad que no esta fabricada por la cuidad, sino por el efecto de nuestra aplicación. Es el tiempo reprimido por el registro, es la segunda capa que impera en el revelado que muestra justamente eso, cómo los métodos de reproducción de imágenes nunca van a mostrar una imagen fiel al espacio real, y que eso puede ser una ventaja para el arte en si, que quiere proponer avanzar con la indicación de la percepción. Este comentario sobre las posibilidades que acontecen a la materialidad de la obra, de la ciudad, hace que piense en la restricción de la materialidad que tienen los artistas y como sortean estas vallas, que pueden contar con la cuidad misma como eje de su conciencia política.

Los efectos que suman la cuidad ya no como plano reticulado, sino en movimiento como metáfora del caminante que como el trípode de la obra se mueve por la cuidad, la hace suya, camina con ella, si el trípode fue planeado o no en este momento es irrelevante, es la técnica que podemos manipular en pro del espíritu de la obra, nos dimos cuenta que los "errores" de encuadre daban animación a nuestra cuidad, se arman de vida cuando se ven desnivelados, por lo que lo del espacio que se mueve fue algo que sale por accidente, pero que al final da más vida a la cuidad misma.










El mercado de la muerte
es mercado de los vivos para los vivos.
La producción de muerte no tiene su fin
en la muerte sino que en la vida que
esa muerte genera.
Así cuando la minera produce un
pueblo fantasma o bien produce muerte
su fin no es dejar a los pobladores sin casa
sino que reorientar los fondos destinados
a la mantención
del pueblo osea que lo que
Producen es algo que
para ellos tiene que ver
con la vida de un nuevo
negocio y no
con la muerte
de una población.
Ya que en sociedad (que es el lugar desde donde hablamos) la vida siempre ha estado regida
por algún tipo de ordenamiento que va a prefigurar la vida total de sus actores,
lo que finalmente determinará en gran medida sus experiencias a lo largo de su vida.
En este sentido la lógica ultra obvia que sigue el devenir del humano en sociedad no se ha alterado:
el poder se centraliza y determina el destino de la mayoría que no es poder ya que ha estado
siempre fraccionado, de otra manera la mayoría sería de todas maneras poder.
La evocación el desalojo, o la exposición de las ruinas
de lo que fuera la población induce a un malestar
que no esta dado por una particular afinidad con los afectados,
eso es más bien parte del espectáculo,
parte que ingresa a la lógica de la propaganda.
Lo que ocurre con lo expuesto es que
nos acerca a aquella materialidad a tal punto
que en su proximidad
“El espectáculo es siempre una promesa, es la Promesa de que todo se hace para mejor,
se usa para ello la figura del progreso que siempre es económico.”


















Los caminos y lugares pueden decir mucho mas de lo que pensamos, pues es reflejo de la vida cotidiana. Sin embargo, a pesar de verse como el mecanismo de un reloj, esta cotidianidad puede romperse, pues a pesar de verse tan inmersa en un orden sistémico que produce y reproduce orden policial, como llamaría Ranciere, es tan frágil que es posible romper con el esquema con solo hacer uso de un objeto de orden y transformarlo en objeto de cuestionamiento, como puede serlo un adoquín. Que da cuenta de la existencia de un camino ya trazado, puesto ahí con el fin de delimitar la conducta al trasladarse por el espacio o territorio. Pero como ya decíamos al retirar una pieza de este rompecabezas, tan bien configurado u ordenado, es posible transformar un bloque de cemento, en un manifiesto político, artístico. Solo basta con exponerlo, para que ese cotidiano sea cuestionado, ¿Qué hace un trozo de camino fuera de su lugar? O porque un trozo de camino?- y es que ¿Qué mas podría ser mas simbólico del orden de lo cotidiano que el camino mismo?- un paso tras otro, que son dados casi cronológicamente, siempre un izquierdo y un derecho , nunca dos derechos y tres izquierdos. Siempre ordenados, como los bloques de cemento por los que hay que caminar. Todo da cuenta del orden del territorio, pues hasta los árboles son plantados con cierto orden, podados cuando crecen demasiado o se salen del orden o espacio que se les asigno.
Ahora un bloque de cemento fuera de su lugar es la ruptura del territorio, pues ha quedado un espacio vacío en el camino, Ese bloque al ser expuesto y puesto en cuestión, nos trae a la mente de inmediato signos de urbanidad, orden sistémico. A pesar de que quiera mostrarse como solo parte de un conjunto de una obra o exposición, que da cuenta del lugar al que pertenecemos, obra de la intervención humana.
Volvemos una y otra vez a pisar los caminos, como recorridos familiares, tanto así que nos apropiamos de ellos y creemos que ese camino es parte de nuestra vida cotidiana, pero lo que en realidad sucede es que somos nosotros los que le perteneces al camino y su cotidianidad, puesto que el camino no se mueve, es el camino el que permanece. Nuestro camino, nuestra vida cotidiana es otra, es la que pareciera ser una película vieja, como imágenes cortadas desteñidas por el desgaste del roce de la vida con este orden cotidiano. Somos como una foto en negativo, luz y sombra, prácticamente lo propio es lo extraído del de la vida cotidiana, mientras que la vida cotidiana extrae nuestras vidas haciéndolas suyas, somos nosotros los que hacemos el camino, lo recorrimos, pero es el que nos ve pasar pues el permanece. El sistema, el orden policial, solo nos ve como transitorios, pero el permanece.
Pero es el arte mismo el que nos permite no ser esclavos de la palabra, el arte es el limite donde se confronta la política y la policía, política como expresión que interviene donde el orden cotidiano nos arrebata lo único que nos pertenece, nuestras vidas. Es el arte la que nos dice que aun estamos vivos, libres. Aunque solo sea por un momento, el momento de la creación, ya que al momento siguiente pasa a ser objeto de la cotidianidad, parte de un museo, exposición. Pasa a ser obra analizada, absorbida por el sistema, interpretada. Por lo que podríamos decir que el arte parte con la idea, seguida de proceso de creación o construcción de la obra, hasta el momento de ser expuesta, puesto que ahí muere, su realización es su muerte, la libertad dura un segundo. El arte, como expresión política es espacio de resistencia.
Volvemos a los caminos, y es que el único momento libre que existe en la vida cotidiana, en el camino, es el paso que aun no damos, es esa sorpresa, con que pie vamos a dar el primer pasó. La libertad solo dura ese momento, puesto que una vez dado el primer paso el camino ya sabe cual va a ser el siguiente.
Lo único que rompe con la vida cotidiana es la sorpresa, el impacto.









*Yo te digo: es preciso tener todavía desastre dentro de sí para poder dar a luz una vida libre. Yo te digo: en ti habita el desastre.*
La radiografía y la caja son nuestros anteojos lúcidos, las maquinitas terribles que son los verdaderos opositores del régimen de la mirada que imponen las cámaras de seguridad en el centro de toda ciudad sometida al progreso. Allí donde ellas procuran el orden y el bienestar del ciudadano, nuestros anteojos persiguen la destrucción de todo orden exponiendo la fragilidad de su ideología. Allí donde ellas ven el crimen, nosotros vemos lucha de clases. Donde ven rezos, nosotros vemos muertos.
No nos confundamos: Valparaíso, Patrimonio de la Humanidad Arruinada es el daño colateral de la miseria cotidiana del capitalismo con aval del Estado. Valparaíso es el vagabundo ascendido a gerente, puesto en primera plana. Pero pese al esplendor del Valparaíso Patrimonial o al brillo de la Civilización Occidental en su momento supuestamente más potente, el ojo lúcido puede captar allí la ruina, puede ver más allá de los fuegos artificiales y encontrarse con las cenizas, más allá de la juventud y encontrarse con el rostro decrépito de la ciudad.
Las caries no son, entonces, solamente cosas que son encontradas mediante un ejercicio psicogeográfico, sino también gestos que interrumpen a propósito la plenitud limpia de la polis. Eso es lo que hace una caries, opera como switch que interrumpe al mostrarse como parte de una secuencia de ruinas. Este trabajo mismo es una infección dolorosa que erosiona el esmalte del arte.
La ciudad, al mismo tiempo que ha sido el lugar de la política, ha sido el lugar de la policía. Al mismo tiempo que ha sido el lugar de la justicia, ha sido el lugar de la dominación. Guarda en ella una lucha, es ella misma el signo de esa batalla que hasta ahora tú y yo vamos perdiendo. La ciudad es el escenario de un enfrentamiento entre las fuerzas colectivas que hacen de la ruina un arma de la belleza de la libertad, y las fuerzas de lo privado que conjuran la ruina con todo tipo de dispositivos urbanos.
Salimos a buscar ruinas y encontramos su negación. No es tan simple como encontrarlas ahí disponibles. Lo disponible son más bien los objetos esplendorosos, imágenes de plenitud, promesas de un aplazamiento infinito del sufrimiento. Porque esto hay que saberlo bien: la mercancía espectacularizada no promete felicidad, sino una interminable recesión del no-bienestar. Lo que te han prometido es esto: no volverás a sentirte incómodo.













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